El día que decidí abandonar mi trabajo para viajar yo tenía 33 años. Por aquel entonces, tenía un pequeño negocio que me encantaba y que me permitía pagar mi propia casa en un tranquilo barrio de Madrid. Tenía un trabajo y un hogar. Y no tenía queja sobre ninguno de los dos. Contaba con dinero, coche, y una familia y amigos que si me hubieran pedido que les dijera qué podían hacer ellos para que yo les quisiese más, no habría sabido que responder. Se podía decir que tenía todo lo que una persona necesita para llevar una vida cómoda y ser feliz. Pero en mí, en mi vida, había un vacío, un grito. Sentía en mi interior una parte perdida y desaprovechada. Una parte sedienta de tiempo que no podía saciar a base de vacaciones cortas, ni con pequeños viajes, o con bienes materiales. Me sentía preso de unos horarios y rutinas que me arrebataban mi tiempo desde la más tierna infancia y sin descanso.
Tomar una decision que de una forma u otra va a cambiar tu rutina y quien sabe si tu forma de pensar, no es fácil. Tampoco tiene por que serlo. Para mi desde luego, no fue un camino de rosas. Tras tomar la decisión de dejar mi trabajo y marcharme, tuve que lidiar con muchas noches de insomnio. Me despertaba a las dos o tres de la madrugada y ya no podía volver a conciliar el sueño. Salía de la cama, bebía agua, paseaba por la casa sumida en el silencio o me ponía a mirar, desde mi ventana, las luces de la ciudad hasta amanecer y me iba a trabajar. Además de esto, tuve que tratar con bastantes pesimistas que, en la mayoría de los casos, nunca habían tomado decisiones de este tipo: “Y qué vas a hacer luego”, “a qué te vas a dedicar”, “y cómo te vas a ganar la vida después” (como si la vida no la hubiera ganado el día que nací). Definitivamente, hacer esta clase de preguntas no ayudan a aliviar la tensión a nadie que ha tomado la decisión de abandonar un trabajo por hacer lo que quiere. A pesar de todo, gracias a mi carácter obstinado y a los ánimos de otros viajeros que emprendieron vivencias semejantes, mantuve la decisión de hacerlo y no cejé en mi empeño.
…y me convertí en un vagabundo feliz, millonario del tiempo.
Abandoné mi casa donde todo es simple y familiar para disfrutar de mi tiempo y sentirme amigo de la tierra, de sus habitantes, de sus bosques, de sus montañas y mares, hasta de las nubes. Alejado de todo, cerca de todo. Viajar solo sin billete de vuelta era la forma perfecta de conseguir lo que quería.
“Viajar, viajar y viajar, dejándome llevar; al ritmo de los días, del camino, de mi ánimo, sin una dirección concreta ni tiempo determinado, como el aire; Buscar fluir y que todo sea una sorpresa”. Ese era el objetivo. Todo mi viaje consistió, en gran medida, en el esfuerzo constante de cumplir esa premisa. Y el resultado fue el descubrimiento de una nueva realidad y de un renacimiento espiritual. Una travesía que me ofreció relaciones más auténticas conmigo mismo y con el mundo, a la vez que disfrutaba de un control total sobre la forma en que utilizo mi bien más preciado: El tiempo. Un auténtico cambio vital que me hizo vagar por diez países, o mejor dicho: “Aquel sendero que mis sueños abrieron en mi interior”.
Si existen mil viajeros, existirán mil modos de viajar. Igual que hay muchos tipos de personas, hay muchos tipos de viajeros, formas diversas de vivir y de viajar, formas diferentes de ver las cosas y un universo de posibilidades a la hora de decidir qué hacer, lugares a los que ir y a los que no. Lo que yo sentí al hacerlo se basa sólo en mi propia experiencia, en una situación determinada que puede tener algunos puntos comunes con otras personas que hayan vivido algo parecido. En mi caso en particular, diría que aquel viaje fue como un gran laboratorio de experiencias, una escuela creada especialmente por y para mi, y donde aprendí muchas cosas importantes de la vida. Fue una forma de vivir que abrió una nueva “ventana” en mi espíritu y por ahí entró un aire fresco que no existía hasta ese momento. Disfruté de una exaltación sin límite, de una felicidad que nacía y fluía con naturalidad dentro de mi. Libre de restricciones temporales, me sentía constantemente como si flotara a varios centímetros del suelo. Era una sensación maravillosa, refrescante. Además, mientras viajaba, hacía amigos, me divertía y al mismo tiempo me sentía libre, y todo sucedía de una manera natural.
Julio Verne escribió que el viaje más maravilloso no es al interior de la tierra, ni a los confines del universo, sino al interior de uno mismo. Y es verdad. Lo descubrí al experimentarlo. No sólo disfrutaba, donde me encontrara, del mundo con su infinidad de paisajes desconocidos por mi, sino que terminé por observarme a mí mismo desde aquellos lugares mientras contemplaba el mundo. Y al mirarme desde diferentes ángulos, el mundo se hizo enorme, como el mar lo es para los peces o el cielo para los pájaros, y con todo ello, mi visión de las cosas y la visión de mí mismo también aumentaron. En mi caso, adquirir ese conocimiento de mi a través de aquel viaje, fue la mayor de todas las sorpresas.
India, Nepal, Tailandia, Japón, Filipinas, Cambodia, Vietnam, Laos, Malasia, Indonesia, India de nuevo, y vuelta a Madrid, tras más de trece meses. Y por primera vez en mi vida experimenté lo que es regresar al hogar después de un largo período de tiempo. Me reencontré con el día a día del primer mundo, con territorio casi cerrado a lo imprevisible, eso que la mayoría llama “realidad”. A este sistema en el que vendemos nuestro valioso tiempo.Durante el mes siguiente a mi llegada, viví inmerso en una sucesión de recuerdos sin fin. Podía acordarme de cada uno de los días que había pasado viajando. Si tenía dudas, podía echar mano de mis ocho cuadernos de viaje, de las más de once mil fotos que hice o de mi blog www.vamoscabra.com. Además, por supuesto, todo el mundo preguntaba, y me hacía recordar. Las que más me hicieron fueron: “Bueno… y… qué tal fue?” Pero una experiencia de vida tan grande e inusual no puedo explicarla con una respuesta. O el “¿Qué se siente?” Asi que al final termino respondiendo siempre con el mismo chascarrillo: “bueno… pues un poco de shock”, “contento”, “ha sido muy guay” porque explicarles bien todo lo que sentí me llevaría horas y además puede que les deprima toda la semana. “¿Cuál es el lugar que más te has gustado?” Los Annapurnnas en Nepal, Malapascua en Filipinas, Derawan y Java en Indonesia y Ladakh en India.
“Bueno… y ahora qué”. También preguntaban.
El ahora es igual que antes. Poco ha cambiado. Sigo siendo una persona corriente, como los miles millones que existen en el mundo. Por fuera, nada en mí resulta llamativo por haber viajado, y cuando mis ojos barren la calle con su mirada, desde mi ventana, todavía son muchas las cosas que le parecen monótonas y faltas de color. Como antes de viajar. La diferencia es que el techo de mi casa no impide recordar las estrellas y mi mente ya planea el próximo viaje. Y el siguiente. Y el siguiente del siguiente. Quizá algún día me canse, no lo sé, pero ahora, después de aquella experiencia, aunque no comprenda exactamente el por qué, ya no puedo imaginar mi vida sin viajar.
Y que todo sea una sorpresa…
“Cuando mi amigo Julio me pidió que escribiera este artículo para su bonito blog “tusguiasdeviaje.com” para su sección “Viajes que cambian vidas”, no sabía muy bien qué escribir y me daba un poco de vergüenza, porque si quería expresar cómo aquel viaje cambió mi vida, irremediablemente tenía que hablar de mí mismo. Además, que mi vida apenas ha cambiado, excepto en eso, que probé viajar, y me he hecho adicto…jajajaja. Desde que volví, he visitado Barcelona, Menorca, Estambul, Austria, Portugal, Granada y Valencia con amigos que hice en aquel viaje, muchos otros han venido a Madrid a visitarme. A ellos y a todos demás viajeros con los que me he cruzado por los caminos del mundo, deseo dedicarles este artículo y expresar en él mi más profundo agradecimiento. Si no fuera por ellos, sin duda no habría seguido disfrutado tanto en mis viajes como hasta hoy.
Fdo: Juanan
Juanan, me ha encantado el artículo. Sincero, sencillo, profundo e inspirador. Gracias por compartirlo!!!